jueves, 16 de febrero de 2017

EL AMOR EN SÓCRATES

 
           En El Banquete, o el diálogo platónico sobre el amor, Apolodoro rememora los diálogos en los que participó Sócrates que tuvieron lugar en su infancia. Agatón inicia el relato para celebrar su victoria sobre las fiestas Leneas. Tras la comida, Erixímaco propone pasar el tiempo en discursos de alabanzas sobre el amor y de Eros que, en la mitología griega, es el dios responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo, venerado también como un dios de la fertilidad. El primero en intervenir fue Fedro, quien dice que "solo los amantes saben morir el uno por el otro"; después, Pausanias, para quien "el amor es bello si es honesto"; a continuación interviene Erixímaco, quien afirma que "cuando el amor se consagra al bien y se ajusta a la templanza y a la justicia, nos procura una felicidad perfecta"; le sigue Aristófanes, para quien el amor "es el deseo de encontrar la mitad que nos falta", dividida por Zeus, padre de los dioses y de los hombres, en dos mitades. Agatón dice que "Eros es el más bello y mejor de los dioses" y "es un poeta tan entendido que convierte en poeta al que quiere".
            Habla Sócrates en último lugar. Y qué es para el filósofo el amor. Para él, "se ama lo que no se tiene; es decir, lo que se anhela en el otro. El amor es el amor de la belleza; luego, el amor no puede ser bello. Y como lo bello es bueno, tampoco puede ser bueno. Como todos los dioses son bellos y buenos, Eros no puede ser un dios, pero tampoco es humano. El amor consiste en querer poseer siempre lo bueno. El objeto del amor es la producción y generación de la belleza; y su objeto, la inmortalidad. El que quiere aspirar a este objeto desde joven, debe amar a los cuerpos bellos y, además, debe considerar la belleza del alma como más importante que la belleza del cuerpo".
            Para Sócrates, la belleza no está en el cuerpo y aboga por valorar la belleza del alma más que la del cuerpo y, al hacerlo así, el hombre tiene que ser guiado, mirará la belleza en los modos de vida y las leyes, lo que le conducirá a tener en menos la belleza física. Sobre el amor, en su diálogo con Agatón, Sócrates se pregunta: ¿Y amar aquello que aún no está a disposición de uno, no es precisamente esto; es decir, que uno tenga también en el futuro lo que en la actualidad tengo? ¿Acaso no estaría de acuerdo? Agatón afirmó que lo estaría. Para el filósofo, todo deseo de ser bueno y de ser feliz, es amor, "ese amor grandísimo y engañoso para todos"; pero unos se dedican a él de muchas y diversas maneras y no se dice ni que están enamorados ni se les llama amantes, mientras que los que se dirigen a él y se afanan según una sola especie, reciben el nombre del todo, amor, y de ellos se dicen que están enamorados y se les llama amantes.
 

sábado, 11 de febrero de 2017

AFILIADOS, MILITANTES Y MILITANCIA


           La primera jornada del XVIII Congreso Nacional del PP, celebrada en la tarde del viernes, nos ha traído una sorpresa lingüística que, aunque pareciere igual para todos los partidos políticos, no lo fuere para un grupo que aspira a diferenciarse del resto, aun en palabras del mismo significado. Los compromisarios apoyaron dejar de llamarse militantes, "una palabra de izquierdas", para definirse como afiliados (véase politica.elpais.com, de 10/02/2017). Esto nos recuerda el vocabulario político del antiguo régimen que, en convenios colectivos y ordenanzas laborales, llamaba a los empleados de las empresas "productores", en lugar de "trabajadores", por la connotación izquierdista que el vocablo último hubiere desde la II República. Más aún, otra enmienda debatida en comisión solicitaba modificar el logotipo del PP para eliminar el círculo que rodea el charrán (que no gaviota, aunque similar a ella, pero pacífica, no carroñera), "para que no se confunda con Podemos", que fue rechazada. (Íbid.)
            No se trata aquí de adecuar el lenguaje a una realidad cambiante, sino, más bien, de tratar de diferenciarse del resto. El círculo que rodea el charrán fue creado antes que naciere el logotipo de los podemistas. No hay, por tanto, por qué cambiar algo que nos pertenece a nosotros antes que a ellos, se dirían para sí los compromisarios que lo rechazaron.
            El lenguaje es mutante como la sociedad misma; pero la marca, el estilo, estigman la diferencia entre ropajes similares. Y hasta en eso quieren diferenciarse los partidos que acogen a sus afiliados. Y qué diferencias hay entre afiliados, militantes y militancia. Para la Academia, afiliado es una persona asociada a otras para formar una corporación o sociedad; es incorporar o inscribir a alguien en una corporación o en un grupo. Así, dícese de alguien que se afilia a un partido político o a la Seguridad Social. Y esto, que pareciere igual para todos, no lo fuere para quienes desean sobresalir entre los demás, adhiriéndose, uniéndose, colegiándose, alistándose... a una asociación, partido o sindicato.
            Militante, empero, va más allá de la simple afiliación. Del latín, militans, militantis, dícese de quien milita en una organización, el activista que participa activamente en la propaganda y el proselitismo de sus ideas; el que defiende una cierta ideología, no solo el que pertenece a ella. Esa apelación constante de la izquierda a los militantes, --a quienes el anterior secretario general socialista y de nuevo candidato a serlo, Pedro Sánchez, ponía por encima de los órganos del partido para que les dieren la razón y apoyasen su hoja de ruta hacia el abismo de su propia organización y del país entero--, ha devenido en este cambio, no sutil, del congreso del PP; es decir, ellos no son militantes del partido, sino afiliados, lo que fuere tanto como decir que uno no es parte de una Iglesia militante, aunque lo fuere por el bautismo o la confirmación, sino que, simplemente, va de oyente a misa, como si fuere a un acto de otra organización a hacer de palmero en un mitin. Los peperos (afiliados al Partido Popular) no serán, desde ahora, militantes, sino afiliados, para así distinguirse de la izquierda, para la que nada debe hacerse sin ser consultados, como si no tuvieren líder electo ni órganos que guíen la vida del partido hasta el próximo congreso.
            Y dónde dejamos la militancia. Hay una militancia que, muchas veces, se hace sinónimo del vocablo militante; pero la militancia, como aquel, viene de la raíz latina, referida a los soldados agrupados en un ejército. La militancia es diversa y plural: no solo la citada, sino la política, la social, o la suscitada por las creencias religiosas. La militancia implica la condición de militante; es el miles-tis, el soldado que milita; no solo el afiliado, sino el que apoya un proyecto, por lo que el conjunto de quienes le apoyan se agrupan en la militancia... El militante desarrolla su militancia dentro del partido, como un ciudadano dentro de una ong (organización no gubernamental que no son parte de las estructuras gubernamentales), o el cristiano en su iglesia... Rebajar al militante a la condición de afiliado es reducirlo a la nada, como si quisieren dejar de lado tanto a la izquierda del anterior secretario general, que no pudiere vivir sin ellos, como los dirigentes populares que, en los últimos tiempos, se han visto obligados a suspender de militancia a numerosos afiliados investigados y condenados por turbios asuntos que no deben empañar el vuelo del charrán con sus alas desplegadas al viento...   
 

martes, 7 de febrero de 2017

LOS HERMANOS EMERITENSES CALATRAVA, EN EL CONSEJO DE MINISTROS

 
           José María de Calatrava y Ramón María de Calatrava fueron dos hermanos nacidos en Mérida con una diferencia de cinco años. El primero vio la luz el 26/02/1781 y el segundo, el 26/04/1786. José María falleció el 16/01/1846, a los 64 años; y Ramón, el 28/02/1876, a los 90. Fue conocido el primero como político, jurista y diplomático; el segundo, como político y penador (en algunos pueblos, libro que tiene la justicia para sentar las bases que condena a quienes rompen con el ganado los cotos y límites de las heredades y sitios vedados) durante cuatro legislaturas.[1]
            Vidas paralelas la de ambos políticos emeritenses en el ámbito nacional. Ministros ambos de España, el primero de Estado y, a la vez, presidente del Consejo de Ministros en las mismas fechas (14/08/1836-18/08/1837), del Partido Progresista, durante cuyo gobierno se reconoció la independencia de México (28 de diciembre) y se abolió la esclavitud en el territorio peninsular e islas adyacentes (marzo de 1837), a quien sucedió Baldomero Espartero; el segundo fue ministro de Hacienda desde el 17/07/1842 hasta el 09/05/1843 en el gobierno presidido por José Ramón Rodil y Campillo, marqués de Rodil, durante la Regencia de Espartero (1840-1843).
            José María de Calatrava y Peinado [2] estudiaba Derecho en Sevilla cuando estalló la Guerra de la Independencia, en la que participó activamente desde la Junta Suprema de Extremadura. En 1810 fue elegido diputado de las Cortes de Cádiz en representación de la provincia de Badajoz. Tras la restauración absolutista, fue preso y encarcelado en Melilla hasta que fue amnistiado con ocasión de la llegada al poder de los liberales (Trienio Liberal), siendo nombrado magistrado del Tribunal Supremo y, ministro de Gracia y Justicia (1836-1837). El fin del Trienio Liberal supuso su exilio en Portugal, Inglaterra y Francia, junto a su hermano Ramón. Con la muerte de Fernando VII y la llegada de la Regencia de María Cristina regresa a España y, tras el Motín de la Granja de San Ildefonso, es nombrado presidente del Consejo de Ministros, en sustitución de Francisco Javier de Istúriz, encargando la cartera de Hacienda a Juan de Dios Álvarez Mendizábal, auténtico hombre fuerte de su gobierno, para que completara la reforma de la Hacienda Pública, que durante su año en el poder (1835-1836) culminó la Revolución liberal española, volviendo a poner en vigor toda la legislación revolucionaria de las Cortes de Cádiz y del Trienio Liberal, que puso fin al Antiguo Régimen de España. En dos ocasiones fue presidente del Congreso durante un breve periodo (del 9 de octubre al 9 de noviembre de 1820 y del 10 de septiembre al 18 de octubre de 1839). Entre 1840-1843 fue presidente del Tribunal Supremo.
            Ramón María de Calatrava y Peinado[3], tras comenzar los estudios eclesiásticos, optó por cursar Derecho en Sevilla,  como su hermano. En 1808 era jefe de la Contaduría General de Maestrazgos y, en la Guerra de la Independencia, fue capitán de la Sección de Voluntarios de Mérida. A comienzos del Trienio Liberal, logró un puesto en la Secretaría de Hacienda, donde ascendió al empleo de oficial mayor segundo, recibiendo más tarde el cargo de secretario del rey, con ejercicios de Decretos. Con la vuelta al absolutismo, en 1823, tuvo que emigrar a Inglaterra a la muerte de Fernando VII. Durante la Regencia de Espartero, fue nombrado ministro de Hacienda el 17 de julio de 1842 hasta el 9 de mayo del año siguiente, en que se produjo la caída del Regente. En 1868 fue nombrado consejero de Estado y presidente de la Sección de Hacienda y Ultramar. Fue senador en cuatro ocasiones y tuvo una activa participación como diputado en la vida parlamentaria desde 1836.
            Mérida le dedicó en su día calles con sus nombres en recuerdo de sus hijos ilustres y un Colegio de Educación Infantil y Primaria lleva el nombre del primero.
 

[1] Vid.: Díaz Sampedro, Braulio: La politización de la Justicia: el Tribunal Supremo (1836-1881), memoria para optar al grado de doctor, UCM, Madrid, 2004.
 
[2] Vid.: Ministros de Hacienda:  de 1700 a 2004. Tres siglos de Historia, Edit.: Ministerio de Hacienda, Madrid, 2003.
 
[3] Real Academia de la Historia: Índice alfabético de personajes (wwa.rah.es/Índice alfabético de personajes, 2016).