miércoles, 5 de noviembre de 2014

CLAMORES DE ESPAÑA

 
           Hay en España una minoría política que vive a costa de la mayoría social. La minoría que habla a diario y la mayoría silente, vapuleada, saqueada, desahuciada, expropiada en derechos y libertades vigentes hasta hace bien poco; fugitiva de una realidad que no es la que pretende hacernos creer la casta minoritaria, a quien entregamos la aspiración de lograr la felicidad para lo que fueron hechas la Constitución y las leyes, excepciones únicas a la regla.
            El ejercicio de la política se ha transmutado en una profesión que no sirve los intereses de la delegación del poder soberano del pueblo. El pueblo pasa ya de la política, harto de los actores que la protagonizan. Convivimos en una encrucijada de cuatro caminos, sin saber cuál de ellos tomar. Y alguno hemos de tomar. Nunca la de aquella cita que la definiere como "el arte de obtener dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros". Más bien aquella otra que avisare: "Si no haces política, alguien lo hará por ti." Y hay muchos pastores a la espera de cuidar de un rebaño, al que esquilmar para su provecho. Mal está el ejemplo de los 1.900 imputados y 170 condenados en más de 130 causas, la mayoría libres, bien por una pena impuesta inferior para su ingreso, o porque fueron inhabilitados o multados, o porque tienen aún causas pendientes. La corrupción, el fraude fiscal, la contratación irregular..., cabalgan sin cesar.
             La Justicia se eterniza porque cada día aparecen nuevos casos e implicados. Nadie está a salvo. La percepción de los ciudadanos se torna ahora no solo contra la clase política, sino contra los partidos, los sindicatos y las instituciones que parecen alargar los procesos judiciales --tapando las vergüenzas de muchos de los suyos, sin colaborar con la justicia, destruyendo pruebas...-- que guía aquella hacia una deriva peligrosa: la desafección hacia todo y todos, la desesperanza, la pérdida de la fe en el presente y en el futuro..., y a abrazarnos a gente que desconocemos, que se presentan como redentores de la patria.
            Los emergentes que aglutinan el descontento, abren sus filas a quienes desean una patria mejor: la que predica la Constitución, la de las libertades, los derechos y la igualdad; pero cuando aparecen los salvadores de la patria, casi siempre ha habido que cavar trincheras para defenderla. El resultado ha sido un rastro de sangre, sudor y lágrimas peor que el de antes.
            La instituciones las aprobamos los ciudadanos; la delegación del poder la otorgamos. La política es el arte de lo posible. Renunciar a ella y a las instituciones es tanto como renegar de la Constitución y el ordenamiento jurídico, pese a los corruptos y ladrones que envilecen el noble arte de la política. No seamos como ellos ni nos miremos en su espejo. Los clamores de España no deben ser lágrimas eternas por enjugar, ni nuestra fe y esperanza en ella y en las instituciones y en la política, flor de un día ni tampoco estiércol para una rosa.
 
 

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