martes, 11 de marzo de 2014

LA MAÑANA EN QUE ENMUDECIÓ ESPAÑA


           El 11 de marzo de 2004 era un día más, soleado y, presumiblemente, pacífico. Hacía más de una hora --quizá dos-- en que toda España se hubiere levantado, aseado, desayunado, presta para ir al trabajo, o al colegio. Viajábamos en coche, con la radio puesta. Enseguida "despertamos" del sueño: no podíamos creer lo que oíamos. Atentados en Madrid. Varios centenares de personas han tomado los trenes de cercanías que les conducen a la capital a sus trabajos: 191 personas jamás llegarán; otros 1.858 heridas, tampoco lo harán. Cuatro deflagraciones en cuatro trenes. La cercanía es poca; la distancia será ya infinita. A las 7.34 de la mañana, levantada ya la amanecida, el silencio enmudece España.
            El estupor da paso a la movilización. Corren los periodistas para informar; vuelan los bomberos, las ambulancias, los miembros de los Cuerpos de Seguridad; el personal sanitario... Los vecinos, asomados a las ventanas, reaccionan rápidamente y bajan a las calles en batas, con mantas, agua y la pequeña farmacia casera, para auxilio de los damnificados. Solo el ulular de sirenas de ambulancias, policías y bomberos, rompe el silencio de la mañana. Un silencio que acongoja, que encoge el corazón, que derrama el lacrimal, ante lo que oímos y no vemos, pero presentimos. El personal sanitario de los hospitales se dispone para salir de la guardia nocturna cuando llegan las primeras noticias; lo mismo ocurre con bomberos y policías. La guardia se prolongará veinticuatro horas...
            España es una en la solidaridad; son dos Españas en su división ante los atentados. Nos encontramos en vísperas de elecciones que, por ellos, cambiará la historia y el rumbo de España. Poco después de las 11.00 de la mañana se suspende la campaña electoral. Comienza el traslado de heridos a los hospitales. Conforme pasan las horas, el número de muertos y heridos continúa en aumento. Las cifras nos machacan como los móviles que nadie contesta. Asistimos impotentes --ora ante la radio, ora ante el televisor-- a la transmisión en directo de la tragedia. Nadie sabe nada; nadie responde al otro lado.
            Nos impacta una foto: recostados sobre un árbol, un joven con la cara ensangrentada, llama por móvil, ante una joven mujer que, a su lado, le mira como esperando una respuesta. Otro ejército de profesionales de la sanidad, de la policía, de bomberos, de servidores públicos, se ha movilizado como un resorte para dar respuesta a los heridos y familiares. A las puertas de los hospitales, los equipos médicos atienden las llegadas de los heridos, los clasifican y los derivan a los distintos servicios. Dos horas duran los traslados. Todo el pueblo, llamado a arrebato, se moviliza para donar sangre... A primera hora de la tarde, el ministro del Interior culpa a los etarras. No, no ..., se dice todo el mundo. No pueden ser ellos. Son demasiados contra un pueblo tan grande, que irá a por ellos hasta aplastarles. Comienza el día de la ira... A las 15.00 horas comparece el presidente del Gobierno; poco después, la ONU condena el atentado; antes de las nueve de la noche, habla el Rey. A las 21.30, Al Qaeda reivindica el atentado. La Policía continúa la búsqueda de restos humanos, pertenencias y explosivos. A mediodía del día 12, España guarda un minuto de silencio. Los forenses de todo el país acuden a Madrid para ayudar a sus colegas en la identificación de los cadáveres en la improvisada morgue de Ifema. Los móviles de los fallecidos y heridos siguen sonando sin que nadie responda. Todo el mundo se pregunta quién ha sido. El presidente habla de dos líneas de investigación abiertas. El ministro del Interior sigue negando la evidencia. Comienza la discusión sobre la autoría. Otros móviles de vivos  llaman invitando a manifestarse para exigir explicaciones al Gobierno. Mientras, los familiares recorren los hospitales en busca de los hijos, esposos, madres o hermanos..., que no responden. Los psicólogos tratan de calmarles...
            El 13 de marzo, se continúa insistiendo en la autoría de ETA. Por la tarde, se producen manifestaciones ante las sedes del partido en el Gobierno. El silencio da paso a la indignación. Los ciudadanos piden respuestas claras. En Ifema y en los hospitales se trabaja a destajo para identificar a los muertos, para curar a los heridos y dar respuesta a los familiares. El otro ejército de los servidores públicos de España responde sincronizadamente, a la perfección, como nunca en la historia.
            El día 14 tiene lugar la jornada electoral. Todo el mundo acude a los colegios electorales entre el silencio, la indignación y la repulsa. ¿Deberían haberse suspendido las elecciones, al igual que se interrumpió la campaña? La pregunta continúa en el aire. A las 22.00 horas se anuncia el triunfo del PSOE. Es una hora más de España; la hora en que, quizá, cambió el rumbo y la historia de España. Después, como siempre, las dos Españas de Machado.
            Diez años después recordamos esa hora, honramos a las víctimas, colocamos velas y flores en su recuerdo, con las secuelas aún pendientes, con interrogantes todavía por responder, con vidas truncadas --muertas y. aun vivas,-- que siguen interrogándose, mirando al vacío, la mirada perdida, el recuerdo siempre vivo de aquella mañana en que en España se hizo el silencio..., algunos todavía en coma, como si no hubieran pasado diez años...

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