viernes, 22 de noviembre de 2013

EL DÍA EN QUE MATARON A KENNEDY


           Éramos muy jóvenes para comprender... Un año antes de su asesinato en Dallas (Texas) el 22 de noviembre de 1963, en octubre de 1962 se produjo la crisis de los misiles de Cuba. Cuando le mostraron a Kennedy las fotografías tomadas por los aviones espía U-2 de la construcción de silos para almacenar misiles de largo alcance en la isla, Estados Unidos y el mundo entero se vieron inmersos en una amenaza nuclear. Frente a la presión militar a que fue sometido el presidente para bombardear los almacenes nucleares, Kennedy optó por el bloqueo naval a Cuba, que duraría indefinidamente si la URSS no retiraba sus arsenales. El presidente ganaba tiempo para negociar. Una semana después, mientras solo nos invitaban a rezar para que no ocurriese lo peor, Kennedy y el presidente soviético, Nikita Jrushchov, llegaban a un acuerdo: la URSS retiraba los misiles si Estados Unidos se comprometía a no invadir la isla. El mundo suspiraba; los católicos dejaban sus rezos. Ya se sabe que los católicos solo se acuerdan de santa Bárbara cuando truena; de la advocación a su patrona, cuando se hallan en un apuro; y de Dios, más interjectivamente ante algo inesperado, que ante el porvenir que nos acongojare.
              La figura del primer presidente católico de los EE UU nos la extrapolaban no tanto por su política interior o exterior, o por el espíritu de la nueva frontera que inspirare su acceso a la Presidencia, sino por su condición de "católico". Durante aquella semana, en una España educada en el espíritu del nacionalcatolicismo, el presidente norteamericano era solo eso, católico, por encima de cualquier significación política. Los rezos a los que nos invitaban se hacían interminables, tanto como aquellos días en que sobre el mundo se cernía la posibilidad de un conflicto nuclear que acabare con el propio planeta. Y así, el día 23 de noviembre de 1963, cuando a la hora del desayuno nos informaron de su muerte, nos decían lo mismo: "Hemos perdido a un gran hombre." El hombre, para ellos, no era el político; era, simplemente, el primer presidente católico de la nación más poderosa del mundo.
              Kennedy también tuvo que hacer frente a su condición de católico para defenderse de las acusaciones sobre si la fe en la que fuere bautizado influiría en sus decisiones políticas. El 12 de septiembre de 1960, ante la organización de líderes y predicadores protestantes del área metropolitana de Houston, el candidato presidencial tuvo que aclarar las dudas en relación con su fe religiosa y su actuación, llegado el caso, en situaciones contrarias a sus principios religiosos. Tras referirse a los principales problemas del país, Kennedy fijó su posición ante el auditorio para que no hubiere dudas: "No soy el candidato católico a la Presidencia. Soy el candidato del Partido Demócrata, que resulta que también es católico. No hablo por la Iglesia en temas públicos, y la Iglesia no habla por mí." Kennedy, quien se destacó durante su mandato por su lucha en favor de los derechos civiles, se interrogaba también en su discurso sobre el porqué de la discriminación a los católicos, y se preguntaba si estos perdían su derecho a ser presidente, u a otros cargos públicos, desde el día en que fueren bautizados.
              Sea como fuere, los americanos y el mundo perdieron el 22 de noviembre de 1963 no solo al primer presidente católico de los EE UU, sino a un líder de talla mundial. Kennedy no solo dejó huérfanos a sus hijos, Carolina y John, sino a otros muchos, ciudadanos del mundo      -católicos, protestantes, musulmanes o judíos...-- que creyeron en sus ideales y en la "llama eterna" que ilumina su tumba, junto a la de su mujer e hijo, en el Cementerio Nacional de Arlington; muy cerca, la de su otro hermano, candidato frustrado a la Presidencia, también por asesinato, Robert F. Kennedy.
              La "nueva frontera" con que calificare su programa de política interior, llamaba a los americanos a ser militantes activos, y no pasivos, de la política de su país. Su ideal lo plasmó en el discurso de su toma de posesión: "No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país." Y llamó a luchar a las naciones del mundo contra el enemigo común de los hombres: la tiranía, la pobreza, las enfermedades y la guerra misma... La nueva frontera puso fin a la segregación racial, los hombres de color pudieron matricularse en las universidades, y la Ley de Derechos Civiles pudo aprobarse, al fin, en 1964, tras su muerte. Alcanzó su objetivo del Programa Apolo, que perseguía poner a un hombre en la Luna, y que se consiguió el 20 de julio de 1969. Creó el Cuerpo de Paz para ayudar a naciones en desarrollo. Y, sobre todo, asombró al mundo con su discurso ante el Muro de Berlín: "La democracia no es perfecta; pero jamás nos vimos obligados a erigir un muro para confinar a nuestro pueblo. Hace dos mil años era un orgullo decir: civis romanus sum (yo soy un ciudadano romano). Hoy, en el mundo de la libertad, uno puede estar orgulloso de decir Isc bin ein berliner (yo soy un berlinés)", que fue aclamado por los millares de berlineses que llenaban la explanada ante la Puerta de Brandeburgo. Nunca como en la noche y madrugada del 9-10 de noviembre de 1989, fecha en la que cayó el muro, recordé tanto aquella frase. Nunca como hoy, en el 50 aniversario de su asesinato, recordamos tanto a Kennedy, no solo porque profesare nuestra fe católica, sino por su profesión y defensa de la libertad del hombre, la mayor de las libertades humanas.
              La familia Obama --a la que el menor de los hermanos Kennedy, Ted, ya fallecido, y la hija del presidente, hoy embajadora en Japón, pasó el testigo de aquella generación--, junto a la familia Clinton, los dos presidentes más kennedianos, le rindieron el miércoles un sentido homenaje de recuerdo en el Cementerio Nacional de Arlington: al primer presidente católico del primer presidente afroamericano. Y junto a un soldado, depositaron junto a su tumba una corona de flores, frente a la "llama eterna" que iluminare su espíritu... Kennedy murió hace cincuenta años; pero su espíritu permanece vivo.

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