miércoles, 31 de octubre de 2012

GRANADILLA, CASI MEDIO SIGLO DE EXILIO


           Día 1 de noviembre, y Granadilla es el reencuentro con la tierra y los muertos: los exhumados y vueltos a enterrar lejos de las aguas, y los que quedaron bajo ellas para siempre. En 2015 se cumplirá medio siglo de su desaparición, cincuenta años de su abandono, que no dejare de ser habitado.
             Cuarenta y siete años después de que abandonare por decreto el pueblo, he ayudado, muy recientemente, a Faustino Calderón, autor de un blog sobre “Pueblos deshabitados”  (http://lospueblosdeshabitados.blogspot.com.es) a redactar el informe sobre los últimos años de la vida en la villa desaparecida, nunca olvidada. Distingue el autor en su entradilla entre pueblos deshabitados y abandonados. “Todos los pueblos abandonados están deshabitados, pero no todos los pueblos deshabitados están abandonados”, afirma.

              Granadilla se disolvió como municipio por Decreto 1347, de 29 de mayo de 1965 (BOE número 128, de 29 de mayo, pág. 7741), firmado por el Jefe del Estado, Francisco Franco, y el ministro de la Gobernación, Camilo Alonso Vega. El 31 de julio del mismo año, el secretario accidental, Felipe Jiménez Jiménez, firma a las 12.00 de la mañana,  la última acta municipal, que clausura la actividad política del consistorio.  Han pasado ya 47 años; medio siglo en 2015. Concluía así el destierro de las tres culturas que habitaren la villa: los árabes, sus fundadores, por la Reconquista; los judíos, por su fe; los cristianos, por el desarrollismo franquista. Estaba escrito: condenada a desaparecer desde su fundación.

              Granadilla estuvo abandonada y deshabitada desde 1965 hasta 1984, en que se inicia el Programa Interministerial de Reconstrucción de Pueblos Abandonados. Es hoy un municipio desaparecido, no abandonado. No existe su nombre en el registro ministerial competente; pero sí en los archivos, en los libros, en los legajos, en los libros de familia, en los carnés de identidad y, sobre todo, en la memoria, que no olvida a pesar del tiempo transcurrido. Tampoco existe en la memoria de los nombres de los pueblos de España en los ordenadores de la Administración. En cierta ocasión, a punto estuvo una funcionaria estatal de ponerme en un documento oficial el nombre de Granadilla de Abona (provincia de Tenerife) como mi lugar de nacimiento. Hube de sacarla de su error y advertirle que no encontraría el nombre de mi pueblo porque desapareció como municipio en 1965. Le mostré mi DNI para que lo verificara. “¿Y por qué desapareció?”, se atrevió a preguntarme. “Fuimos expropiados por un embalse y tuvimos que buscar otra tierra en la que vivir. Por toda España y hasta en el extranjero.” Como los vecinos de Talavera la Vieja (Talaverilla), cuyo poblado inundaron las aguas del embalse de Valdecañas en 1963 y desterró también a los talaverinos o augustobricenses, a quienes Víctor Manuel Pizarro se refiere en su blog (http://ciudad-dormida.blogspot.com.es/2009/06/talavera-de-la-vieja-el-pueblo.html) a la última mirada a “la ciudad dormida” en el abandono definitivo. Talaverilla fue, sí, un pueblo deshabitado, abandonado, cubierto por las aguas, al contrario de Granadilla, que sobrevive en península, aun sus puentes de acceso a Zarza y Mohedas de Granadilla cubiertos bajo las aguas. Los dos únicos pueblos de la provincia de Cáceres desaparecidos.

              Celedonio Hernández Sánchez, “El Molinero”, eligió Madrid para irse a vivir con su familia: Teófila López Carrero, su mujer; Miguel, el único varón, fallecido hace tres años, y sus tres hijas: Ceci, Gumi y Charito. Sería quizás el 1 de noviembre del 95 la última vez que lo viere subir por la calle Mayor hasta la plaza. El padrino me abrazó y besaba mi cara y manos, tal fuere la alegría del reencuentro al verme por última vez. La madrina Teófila está próxima a cumplir el siglo de vida. En Granadilla pasare media vida, dio a luz a sus hijos, los crió y casare a los mayores en el pueblo y a Charito ya en Madrid, donde se marchó para nunca más volver a la tierra que la viere nacer. Antes, también hubiere tiempo para ayudar al padrino en sus dos molinos de aceite sobre el río Alagón y el arroyo Aldovara (de ahí el alias de “El Molinero”, o el “tío Molina”) y llevarme a la iglesia para recibir las aguas bautismales.

              Los chicos del pueblo conocieren lo rumboso y espléndido que fuere el padrino y siguieron a la comitiva, tras el rito sacramental, para recibir desde el balcón las monedas que, según costumbre, lanzaban los padres y padrinos. Charito, la hija menor del padrino, tenía entonces diez años. Estrenó un vestido confeccionado por la madrina que, en el alboroto de la celebración en el café-bar “Angelito”, nuestra casa, se manchare de chocolate. Siempre me recordare la anécdota de una vida en negro por el acoso al que fuimos sometidos por las autoridades del régimen para que abandonásemos el pueblo; pero también de recuerdos emotivos: como los reencuentros con sus hermanas en la plaza cuando volvían al pueblo de vacaciones; cuando el padrino me daba a probar el primer aceite de cosecha sobre una rebanada de pan recién hecho en la tahona de la tía Eustaquia; la pesca con redes en los recovecos del embalse creciente; nuestros viajes a lomos de mi burrito “Platero” hasta algún pueblo de la Trasierra (Segura de Toro, quizá) para hacer algún pequeño negocio. Gustare el padrino de llevarme con él a su casa, ya en Granadilla o en el Poblado de Gabriel y Galán, cuando durante unos años trabajó en la construcción de la presa. Le miraba extasiado cuando las hijas le peinaban y acicalaban su porte de obrero que nunca perdiere su señorial  dignidad ante nadie.
              Retornamos al pueblo más para recordar a los vivos que a los difuntos. Hemos dejado en el camino a muchos más que los que allí descansaren. De ahí que el recuerdo sea para los vivos más que para los pocos difuntos que yacen en el nuevo cementerio. Al traspasar la Puerta de la Villa, oiremos las campanas con que “El Capi” llama a la misa de difuntos. Lo mismo que nosotros las repicábamos en honor de los difuntos siendo monaguillos, al finalizar la noche del 1 de noviembre, víspera de Difuntos. Recordamos a los fallecidos en el último año; a los vivos, cincuenta años en el pueblo al que jamás volvieren y otros cincuenta lejos, como a la madrina, al pasar frente a su casa, camino del templo, camino ella de los cien años en Madrid, cuando dos generaciones más no nacidas en Granadilla retornan a la villa perdida para recordarla, o conocerla, al filo del medio siglo de su desaparición. Cuando la paz perdida del pueblo se ofrece como prenda espiritual en la misa, recordando a los difuntos y a los vivos…        De retorno a casa, admiraremos los minaretes de la catedral de Plasencia, que su titular, el obispo Amadeo, nos ofreciere como nuestro segundo templo nunca perdido y siempre hallado, la Asunción presidiendo un patronazgo y filiación comunes: en Granadilla por patrona y en Plasencia como ciudad adoptiva.

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