domingo, 12 de agosto de 2012

DE LA ALEGRÍA AL DESENCANTO

         Un día después de visitar al presidente del Gobierno, el pasado 1 de junio, y a una semana del comienzo de la Eurocopa disputada en Polonia y Ucrania, el seleccionador nacional, Vicente del Bosque, replicaba a Mariano Rajoy, que había solicitado una alegría “en estos tiempos tan difíciles”, que “ganar la Eurocopa no soluciona los problemas de España”, y prevenía sobre el desmesurado optimismo reinante.

            Pedir alegría en tiempos de desencantos solo puede producir frustración y no un “subidón de moral”, que solo puede confirmar la victoria en un Estado del bienestar, con demasiados gobiernos, pero cada día con menos bienestar. Y en el deporte, como en la vida, unas veces se gana y otras se pierde, y más ahora en que todo nos lo hacen perder, hasta la moral como estado de ánimo individual o colectivo. El desencanto es lo opuesto a la alegría. Nadie puede tener alegría cuando cada día sufre decepciones, desilusiones o chascos, que no es otro que el estado actual.

            Del Bosque y sus chicos lograron, en efecto, dar una alegría a una buena parte de los españoles, al lograr por segunda vez consecutiva la Eurocopa tras conseguir en 2010 la Copa del Mundo en Sudáfrica. Las banderas salieron a la calle y ondeaban en los balcones para mostrar la alegría como el sentimiento de placer que nos embarga cuando se produce un suceso favorable o cuando se obtiene una cosa deseada.

            Nada más efímero que la alegría en las circunstancias actuales. De ahí el aviso del seleccionador. Nada fuimos en fútbol hasta hace unos años y en poco tiempo pasamos de la euforia a la decepción, a la realidad cotidiana con sus desilusiones de la vida diaria. El fútbol hoy, como antes el circo durante el Imperio Romano, ha servido en situaciones “difíciles” como lenitivo de distracción o de efímera alegría, trastocada en el desencanto de la realidad que nos atribula.

             En 1920, durante la Olimpiada de Amberes, España lograba su primera medalla de plata en este deporte de masas tras una rocambolesca repesca entre las selecciones eliminadas, en la que finalmente se impuso a Holanda por 3-1. Noventa años después, los españoles ganaron su primera Copa del Mundo a los descendientes de aquellos “saqueados” por los Tercios de Amberes, que limpiaron la ciudad al no poder hacer frente España a sus salarios. Una situación que semeja la actual a pesar de la, desde entonces, llamada “furia española”  Después de aquel sintagma nacido en nuestro primer estreno internacional ante Dinamarca, vigente subcampeona olímpica, a la que se venció por 1-0, con la medalla de plata desierta por la descalificación de Checoslovaquia, España ganó a Suecia por 2-1, en cuyo partido se produjo la célebre frase “A mí, Sabino, que los arrollo”, de Belauste, que forjó la leyenda de la “furia roja” o “furia española”. Posteriormente, vencimos a Italia por 2-0 y, finalmente, a los Países Bajos para determinar las medallas de plata o bronce, ante la incomparecencia de Francia.

            Sin ir más lejos, tuvimos que esperar a la Olimpiada de Barcelona para lograr nuestro primer y único oro olímpico en este deporte. En la recién finalizada Olimpiada de Londres, la “rojita” era clara favorita para la final, con tres internacionales recientemente proclamados campeones de Europa, y nos vinimos de vacío, tras perder con Japón y Honduras por idénticos resultados: 1-0.

            De poco vale haber obtenido el mismo número de medallas que en Atlanta 96 o una menos que en Pekín 2008, ni que le hayamos plantado cara a la gran potencia del baloncesto mundial, Estados Unidos, con una plata que sabe a oro, con el mejor equipo de nuestra historia. Los ganadores han sido deportes minoritarios, poco conocidos entre el común de los aficionados, con  la elegancia de nuestras deportistas o el arrojo de nuestros hombres; pero, en cualquier caso, un pobre balance para una España que, por su potencial, merecía mucho más, sobre todo en baloncesto y en fútbol, deportes mayoritarios. Una mirada al medallero y a los países que nos anteceden, tendría que hacer sonrojar a los políticos y federativos que hoy cantan victoria por no llorar la derrota de todo un país, incluso deportiva.

            La Olimpiada de Londres ha sido quizás un reflejo de la situación actual de España, en la que el deporte no puede darnos alegrías cuando vivimos anclados en el desencanto, ni mucho menos un “subidón de moral”, cuando el estado de ánimo colectivo es el contrario a la alegría, porque ya nadie tiene ni siquiera la “moral del Alcoyano”.

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