sábado, 4 de agosto de 2012

ALCALDES NUNCA OLVIDADOS

     Principié en Malpartida, dormitorio de Cáceres, pueblo de Cáceres, conociendo a su primer alcalde democrático: Juan José Lancho, de UCD, sociólogo de una hora de su pueblo, principios de los ochenta, al que hiciere los honores de la modernidad: la acogida a Vostell, cuando nadie le entendiere; el sufrimiento de la hora del aceite de colza; la traída del agua corriente a las casas… Le sucedió después Antonio Jiménez Manzano, alcalde durante veinticuatro años, que levantare dos polígonos industriales, urbanizare la ciudad dormitorio de Las Arenas, levantare la Casa de Cultura y un museo a Juan José Narbón…, y tras Víctor del Moral, al que no hube la ventura de conocer, otro modelo de alcalde, Alfredo Aguilera Alcántara, el edil popular que ha sabido estar a la altura de las circunstancias de su hora, declarando dos días de luto por Antonio, dejando a los suyos el protagonismo de su despedida en el ayuntamiento. No hay en esta hora mejor recuerdo que el de su obra, ni siquiera el “qué buenos son todos cuando se mueren!”, que alguien osare escribir, como si la bondad y la bonhomía no la hubieren protagonizado en vida los citados.

    El 18 de septiembre de 2009, el día del homenaje de los suyos y de su pueblo, al que acudieron cuatrocientas personas, le dediqué a Antonio un artículo: “El alcalde que amó a su pueblo”; y una oda en su honor. Todo dicho ya, faltaría el obituario final, una lágrima por el buen hombre ido; pero no llegué a tiempo, como el pasado año con otro compañero de faenas profesionales. Cuando vine, él ya estaba en el otro mundo.

   Viere a Antonio por última vez en el funeral por su maestro, amigo y compañero Manuel Veiga, durante la cabezada de pésame a la familia. Al pasar junto al féretro, no pudo evitar tocarlo con su mano, en un último acto de despedida de este mundo, los ojos brillantes de lágrimas, a punto.

    “La memoria de tu pueblo guardará/ el alegre recuerdo de tu palabra/ la sonrisa fragorosa de tu voz/ y la escucha sin pausa de tu labra…”, escribí aquel día de despedida anticipada en vida. Antoñito, con el que tanto hablé y me escuchaste, camino de tantos cafés compartidos, de paradas obligadas por las mujeres que te requerían una palabra para su problema, su aspiración, su ansia; alcalde en la calle y en el despacho, todo el día, oficiando bodas civiles sábados y domingos, en fechas propicias para los novios y el acompañamiento. No solo Antonio y Ana y tus nietos te recordarán, Antoñito, sino las cigüeñas a las que diste posada y a tu pueblo, por ellas título europeo. Como yo, porque siempre hubiste las puertas abiertas para mí y tu palabra, la compartida palabra que tanto nos unió en vida y te despide en tu última hora, amigo, compañero del alma, compañero.

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