viernes, 11 de mayo de 2012

LA DOCTRINA Y LA LITURGIA

           La doctrina puede ser diversa, pero única para sus fieles; la liturgia, variable. La primera la sustentan personas o grupos religiosos, filosóficos o políticos; la segunda es el estilo: la forma con la que se manifiestan las creencias de culto en las distintas religiones.

            Los españoles hemos asumido una doctrina única: la libertad de expresión y de opinión (artículo 20 de la Constitución Española del 78) No asumimos, empero, la liturgia: lo que a unos otorgamos, se lo negamos a otros. Hacemos nuestro un derecho que pretendemos acallar en otros. Cercenamos así el fundamento mismo del derecho y de la liturgia con que revestimos el derecho. Negamos, por tanto, la esencia misma de la doctrina y el ropaje de la liturgia con que adornamos aquella. A qué negar a unos lo que a otros otorgamos: la libertad misma de expresión u opinión. ¿Por qué asumir, de manera excluyente y exclusiva, lo que es patrimonio de todos: la libre difusión de pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra y el escrito?

            No hay más clara doctrina de este principio de un derecho humano fundamental. Sin embargo, lo negamos cuando la expresión u opinión nos son adversas en su doctrina. No hay, ni tiene por qué haber, dicotomía entre doctrina y liturgia cuando ambas se fundamentan en el espíritu mismo de la libertad con que crece y se desarrolla cualquier ser humano.

            La dicotomía inexistente la convertimos en sincronía de nuestra filosofía. ¡Qué fácil resulta, entonces, subvertir el principio de la libertad de expresión y opinión! El derecho nos asiste cuando nos es favorable; nos repele, y lo rechazamos, cuando va en contra de nuestra propia liturgia o puesta en escena de la doctrina que todos abrazaos. No importa que llevemos varias decenas de años con una liturgia que nos aburre, pero muy pocos, todavía, con una doctrina que compartimos.

            A qué extrañarnos, pues, que muchos bendigan a quienes niegan  nuestros derechos y libertades y, a quienes los defienden, les cercenemos ese derecho. Cómo ha de asombrarnos que la sonrisa de algunos pretenda apagar la sed de justicia de los más. Monago tiene siervos buenos y malos, porque no conoce a todas las ovejas que apacienta, elegidas no por él, sino por su sanedrín en el que hubiere traidores a su doctrina, ni todas las que gobierna asumen su doctrina ni su liturgia; pero ya advirtió el Señor: “Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen.” (Mt. 23, 3). No debemos confundir la enseñanza con el ejemplo, los titulares de unos con la cotidianeidad de otros. Fueron elegidos para ofrecer consejos a la gente que ha de trabajar para vivir, a la gente que no tiene oportunidad de estudiar la ley, porque hubiere el estómago vacío. Fueron llamados para ser siervos y no amos; pero muchos confunden la llamada como si fuere un privilegio más que un servicio.

            No hay mayor ciego que el que no desea ver, ni mayor sordo que el no quiere oír. Asumimos la liturgia por bautismo, pero ni siquiera la liturgia de la palabra de la doctrina que profesamos. Reconocemos a otros lo que negamos a los de casa, negándonos a nosotros mismos. Muchos no han entendido aún la libertad porque no conocieron la dictadura, y solo de aquella pudieron beber y disfrutar, como otros de la democracia, la de quienes asumen la doctrina de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Y este calla, pero no asiente, aunque todo le vaya en el envite.

            Convergemos en la sincronía de la doctrina y divergemos en una liturgia trentina, subvirtiendo por intereses personales, políticos, profesionales o laborales, la objetividad que debiera regir nuestro destino en una subjetividad impropia de la libertad que proclamamos. No presumamos de lo que carecemos: nuestra objetividad es también subjetiva, sobre todo cuando no hacemos paralelas, sino segmento interesado, doctrina y liturgia.


No hay comentarios: