domingo, 11 de marzo de 2012

EL SILENCIO DE LOS SABIOS

           Hubo un día de silencio impuesto y hay otros días de silencios voluntarios, el silencio de los resignados, el silencio de los buenos frente a las “hazañas” de los malos; el silencio de los sabios frente al parloteo de los necios. La crisis se ha llevado la palabra de los más frente al discurso de los mediocres; la palabra de los sabios, cuyo silencio hiela el pensamiento, frente al voluntario silencio de quienes, teniendo voz, se la guardaren para sí porque de nada valiere frente a la de los poderosos que han ahogado su palabra.

            Cuando nadie hubiere condena al silencio, te instan a guardarlo sin pedírtelo. Cuando llegare la ocasión en que pidieren tu habla, el silencio impuesto ha ahogado tus palabras. A qué hablar de presente y de futuro si nos hacen regresar al pasado que dejamos atrás. Qué decir ante lo que vemos y oímos; ante lo que desearíamos ver y no veremos; ante los que nos gustaría oír y ver y nunca, quizás, oiremos.

            “Habla, pueblo, habla”, cantábamos en los empieces de la transición, cuando quizá ni nacido hubieren quienes hoy se atribuyen la exclusiva de nuestra voz. Hablamos y sembramos la simiente que, pese a los vientos y tormentas, la sequía por el agua que no llegare y la sangre derramada por los que impusieren su palabra a tiros, y que fructificare en el tiempo, se ha diluido a su paso.

            Hablan los malos con sus obras y callan los sabios con su silencio que no otorga. Tan dueños de sus palabras que sobresaliere más la de quienes nada les dijeren que la que de quienes mucho tendrían que decirnos para aprender. Esclavos de sus palabras y dueños de sus silencios. El silencio casi cómplice, aun sin firma, sin otorgar libertad a la palabra, dueña de su destino con la libertad con que naciere.

            No habla la gente buena, honrada, trabajadora. No les dejan hablar porque su voz molesta a quienes se creyeren en posesión exclusiva de ella. Y quienes hablan, nada dijeren porque su discurso no fuere dirigido a los demás, sino para sí mismos. Hablan a sus discípulos para encumbrarse más; se dirigen a quienes no les escuchan porque nada les interesaren sus palabras a quienes ya hubieren perdido la fe, la esperanza y hasta la caridad. Machacados por los poderosos, han perdido su casa, su trabajo, la ilusión por la vida… Solo les queda la familia como último reducto de la esperanza que hubieren en la vida.

            Obedecieron a sus padres, que les instaban a labrarse un porvenir, y se lo labraron; pero para nada les sirviere sino para ser esclavos como ellos lo fueren y malvivir, pese a tener la libertad y la voz que ellos nunca hubieren. Y para qué, ahora, salir a las calles a gritar cuando los que hubieren de hacerlo no lo hicieren antes. A qué callar durante un día si nuestro silencio, y el silencio de los sabios, reinó por encima de la voz de los malvados durante años, en que se oteare la crisis de las vacas flacas para casi todos, menos para ellos.

            No solo dueños de nuestro silencio, sino esclavos de nuestra palabra. Los libertos no sienten la opresión de la crisis porque no existiere para ellos. Solo a los esclavos sin voz les quedare la esperanza de un mundo justo, solidario, igualitario, que se fue, o la muerte, liberadora de la esclavitud impuesta a la palabra, con el cómplice silencio de los sabios.




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