viernes, 11 de noviembre de 2011

A PROPÓSITO DEL DISCURSO DE FELIPE GONZÁLEZ EN CÁCERES

La noche del 28 de octubre de 1982, cuando toda España esperaba la confirmación del cambio anunciada ya por Alfonso Guerra –202 diputados, la mayor mayoría absoluta que un partido recibiere en toda la historia democrática española-- TVE paralizaba su emisión de entrevistas, opiniones y reportajes, para anunciar la presencia del joven líder socialista Felipe González en el hotel Palace de Madrid, desde donde ofreciere su primer mensaje a la nación, con la gratitud de quien fuere humilde en la victoria y generoso en la derrota.

            Felipe González, por serlo siempre así, alcanzó pronto la madurez política que se le suponía fuera del país y dentro de él. Sus discursos entremezclan la sabiduría del político que fuere y la experiencia del estadista que es. No deja indiferente a nadie. Sus discursos parten de la base de, quien no estando ya en el juego político, arrima el hombro de su experiencia, el amor a España y a su partido, para ofrecer una clarividente lección política de la situación, que no tiene por qué caer en la descalificación o el insulto con que otros, aprendices permanentes de la política, buscan titulares vacuos o el fácil aplauso por parte de quienes ni entendieren ni descifraren el justo término de la situación.

            El líder socialista español y europeo, a quien los alemanes propusieron un día para presidente de la Comisión Europea, cargo que no aceptó, sí, en cambio, presidió el grupo de trabajo que elaborare el Informe sobre el futuro de la Unión para consideración de las instituciones europeas.

            Desde la perspectiva que ofreciere su formación y su experiencia política, Felipe González diseccionó anoche en Cáceres el porqué de la crisis y las salidas que hubiere, que no pasan por los recortes como meta de la economía, sino por la unión económica y fiscal europea, además de la monetaria, sin la cual no tuviere sentido el euro ni la solidaridad de los veintisiete; ni mucho menos que la Unión sea gobernada por la pareja Sarko-Merkel que, aun siendo el gobierno europeo en la sombra, solo representan a sus países, con sus propios intereses nacionales.

            Europa, vino a decir, no puede estar a merced de los especuladores de la City, que hubieren su propia moneda y que se aprovecharen de ella con el llamado “cheque británico” logrado por Margaret Thatcher,  ni de la falta de solidaridad que suponen veintisiete políticas fiscales distintas, ni de los mercaderes del templo que no desaprovechan la ocasión para sacar réditos en tiempos de crisis a costa del esfuerzo de los más débiles.

            Recordó el líder socialista que, hace veintinueve años, cuando los españoles le auparon al poder, la situación era más difícil que la actual –5.000 dólares de renta per capita frente a los 35.000 actuales-- y salimos de aquella recesión para alcanzar cotas inimaginables hasta entonces de bienestar social. Por qué ahora la zozobra, la incertidumbre ante el futuro creada por los mercados y por quienes dicen que aspiran legítimamente a gobernar, sin saber qué hacer ni por dónde ir, con un cierto programa oculto que no se atreven a desvelar hasta que las urnas no dieren a luz, como el llamado por su líder en la sombra Movimiento Vasco de Liberación Nacional, en lugar de organización terrorista, que, sin dejar las armas ni pedir perdón por sus “hazañas”, pretendieren lograr paz y patria sin arrepentimiento ni permiso de sus víctimas ni de la soberanía nacional encarnada por los españoles.

            Escuchar a Felipe González resulta siempre rejuvenecedor, patriótico y europeísta,  ante tanta mediocridad ambiente de la política doméstica, y aquella que afirmare, en relación al candidato socialista, Rubalcaba, con poca gracia y peor baba, que busque momias en el Kremlin antes que las “jóvenes promesas” de Felipe y Guerra, por quienes España fuere hoy más España que la que ellos construyeren en siglos de poder.



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