miércoles, 23 de febrero de 2011

23-F: LA AUTORIDAD QUE NUNCA LLEGÓ

En la noche del 23-F de 1981, el capitán Jesús Muñecas subió a la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados y, dirigiéndose a los representantes del pueblo español allí secuestrados por la fuerza de las armas, les dijo: “Dentro de un cuarto de hora o veinte minutos, o quizás algo más, vendrá la autoridad competente, militar por supuesto, que dirá lo que va a pasar.” Afortunadamente para España y los españoles, la “autoridad” esperada nunca llegó y, si hasta el templo de la patria llegare, el jefe de la unidad militar invasora le impidió dirigirse a ellos, y nada pasó.

A los compatriotas que no vivieron la última asonada militar en España, conviene recordarles que, entre 1808 y 1889, se produjeron en nuestro país cuarenta asonadas y en el siglo XX hay que censar los golpes de Primo de Rivera, los dos contra él (el de San Juan y el de Sánchez Guerra), la sublevación de Jaca, la de Cuatro Vientos, la revolución de Asturias, la creación de las Juntas de Defensa, el golpe de Estado de 1936, que dio lugar a nuestra última guerra civil, y el intento fallido del 23 de febrero de 1981.

A treinta años vista de aquel suceso que nos mantuvo en vilo durante casi dieciocho horas, entre las 18:22 de la tarde del día 23 y las 12 de la mañana del 24, conviene subrayar las lecciones que nos dio para la historia y que nunca aprendimos del pasado: el triunfo de la autoridad del pueblo, la dignidad, que se mantuvo incólume, y la soberanía popular y nacional que quedaron a salvo.

El capitán Muñecas se confundió radicalmente al anunciar que habría de llegar “la autoridad competente, militar por supuesto”, puesto que la única competente, delegada de la soberanía popular, estaba allí secuestrada por la fuerza de las armas, que el pueblo entrega a sus soldados para defender sus derechos y libertades, nunca para ir contra ellos, ejercicio al que históricamente se han aplicado algunos desde las Cortes de Cádiz, que cumplirán el próximo año los doscientos desde su nacimiento.

Ni él mismo era competente para hablar donde hablare, ni para anunciar lo que anunciare; ni la “autoridad” militar es competente, porque no lo fuere, sino mandos en su estamento social, desde el capitán general hasta el cabo, todos al servicio del pueblo y nunca contra él; porque la autoridad estaba ejerciéndose en el templo de la soberanía nacional, “que reside en el pueblo, del que emanan todos los poderes del Estado”, según la Constitución, y porque, además, secuestrada esta, había otra legítima en la calle, que cubría el vacío de poder: la Comisión de Subsecretarios bajo la presidencia de Laína, director de la Seguridad del Estado. Y por encima de todos, el Rey, jefe supremo de las Fuerzas Armadas, que frustró el golpe, ateniéndose al mandato constitucional. Y con él, todo el pueblo, que no reconociere otra autoridad que la que el mismo eligiere.

Nunca sabremos si el “elefante blanco” esperado fuere el general Armada u otro; pero su ofrecimiento al teniente coronel Tejero de dirigirse al Congreso para proponer un gobierno de salvación nacional fracasó porque, como le dijere el jefe de la Guardia Civil al mostrarle la lista, “no he venido al Congreso para esto”. Ni para eso ni para nada. La Constitución y sus leyes les dicen claramente para qué están y a quién sirven, y cuáles son sus competencias, entre las que no se encuentra las de sentirse salvadores de la patria, ni la de arrogarse la autoridad que no hubieren, hasta que no lo autorizare quien debe.

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