jueves, 30 de diciembre de 2010

TRES ROLES DE VEIGA

Manolo Veiga, como se le conocía familiarmente, no fue un funcionario ni un político al uso. Extremeño, aunque nacido en la cuna de Santa Teresa; profesor de la rama de Derecho de su predilección –“tendrían que venir los romanos a colonizarnos otra vez”, me dijo en cierta ocasión--, político integral por Cáceres y Extremadura; ciudadano comprometido con su tierra por la vía del asociacionismo antes que por la política; antes por las vías que hubiere que por las democráticas por las que suspirare, Veiga subsume en su vida truncada los roles todos de extremeño comprometido, de profesor vocacional, de político entregado a su causa.

En agosto del 82, un miembro de la Ejecutiva Federal, apenas conocido, visitaba las agrupaciones provinciales para animar a los pocos que hubiere sobre el cambio anunciado. Ante él y un secretario de Comunicación que nos relatara su perfil profesional y político, Javier Solana, varias veces ministro con Felipe González, secretario general de la OTAN y encargado de la política exterior y de Defensa de la UE, nos respondía a la pregunta que fuere lema del PSOE en las elecciones de octubre: “Por el cambio”. ¿Dónde ve usted el cambio, señor Solana?” Y respondía: “Se ve en la calle, en el aire que respiramos, se palpa, se nota, se presiente…” Asentía un Veiga, secretario de Organización provincial, que hubiere visitado pueblos, organizado agrupaciones locales, animado a los suyos a hacer realidad el cambio esperado.

Salimos un día de octubre, vísperas de las elecciones de la plaza de toros, donde Felipe González viniere como candidato a la Presidencia del Gobierno tras su paso como alférez, que recordare, en el CIR 3 de Cáceres. Comentábamos el mitin como aspirantes a un cambio anunciado.

Profesor de Derecho Romano, no pedía a sus discípulos la retahíla de la memoria en latines, sino el concepto y la filosofía que inspirare el Derecho todo, el Derecho Romano, por cuya civilización tanto suspirare.

Fue político antes que profesor; funcionario del Estado antes que profesor y político; esposo y padre antes que nada; y político, al fin, llamado a las más altas responsabilidades por su partido: concejal, diputado provincial, presidente de la Diputación, diputado regional, presidente de la Asamblea de Extremadura; pero, sobre todo, fue Manolo, un hombre bueno, comprometido con su tierra, con la política de su partido, con la enseñanza a sus alumnos a quienes transmitiere una célula de nuestra civilización occidental: el Derecho Romano, sin cuya esencia nada fuéremos; como sin su bondad, tan recordada, no hubiéremos espejo donde mirarnos…, como el cambio que conociste y por el que trabajaste, Manolo.

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