sábado, 9 de octubre de 2010

LOS TRES MUNDOS DE LOS ALCALDES CAÍDOS

No hubiere mayor vocación política y social, ni entrega más absoluta a la comunidad, que la de un alcalde de pueblo. Más que presidencialista, la figura del alcalde es la del servicio a su pueblo y la proyección de su pueblo. Subsume el alcalde de pueblo no solo los roles que le fueren propios a cualquier ciudadano de este mundo: el de ciudadano, esposo/a, padre/madre, trabajador/a. Añade a esa máxima expresión del ser humano y su proyección social, la de alcalde de su pueblo y asume, por extensión, la de proyección de ese pueblo suyo, de su esposa, hijos y convecinos, en un tercer mundo que forma parte de una provincia, de una comunidad, de un país, de un mundo entero desde el pequeño mundo de su mundo. Tres mundos en un solo mundo.

La figura de los alcaldes caídos por accidente o enfermedad natural, como los recientes de Carbajo y Peraleda de la Mata, en la provincia de Cáceres, a quienes hemos despedido y homenajeado este fin de semana, nos retrotraen al mínimo y máximo mundo de la figura de un político: un hombre o una mujer de pueblo que, por tan vinculados y unidos a su localidad, asumieren la tarea que por sí no quisieren asumir otros: la de servir por el servicio mismo, la de trabajar por engrandecer a su pueblo, la de ver feliz a su segundo mundo dentro de su primer mundo en la proyección que desearen para él en el otro mundo, que no fuere el del más allá, sino el de más acá, que le fuere propio y singular. Un solo mundo en sus tres mundos.

Un alcalde, como cualquier político que se precie en serlo, debe asumir que no representa solo a quienes le votaren, sino al pueblo entero por la voluntad de la mayoría. Podrán no reconocérsele sus trabajos y afanes, habrá de asumir las críticas y los dicterios de quienes jamás comprendieren su vocación, pero habrá de afanarse en la vocación elegida, en el destino que le dieren, en la esperanza que en él depositaren quienes confiaren y no quienes no le dieren su placet ni en la vida ni tras la muerte. Ni Dan de Sande ni Francisco García, en Peraleda de la Mata ni en Carbajo, fueron llamados a asumir la responsabilidad de sus predecesores, cuya muerte puso en sus manos los tres mundos de sus alcaldes caídos. No hubieren deseado ellos asumir el mando que nos les fuere dado; pero lo asumieron por la voluntad del destino que pusiere en sus manos el legado que les dejaren, la tarea por cumplir, los afanes por rematar: poner su pequeño mundo en la felicidad de los tres mundos.

No hubieren más méritos, quizá, que la voluntad y el ejemplo heredados de sus predecesores; que el amor a su pueblo; que el reconocerse a sí mismos como sucesores de una obra encomendada que hubieren de finalizar.

Manuel Sánchez Prieto había cumplido 55 años; hubo tres hijos, de los cuales hubiere fallecido una; un mes antes, fue abuelo de su primera y única nieta: Clara María. A su sucesor le dijo: siempre adelante; a su hijo: mira siempre de frente. No hubiere fuerzas bastantes para levantarse del suelo de Casatejada el 5 de junio; pero por su pueblo dio su vida, porque en todos los frentes de la vida de un pueblo participó hasta que le llegó su hora.

Manuel Bravo regresaba a su pueblo con su esposa; detrás, en otro vehículo, una de sus hijas, que fuere testigo del accidente. No llegó a su pueblo para ver rematada su obra. Francisco García asume el reto de su continuidad, porque no bastan tres días de luto para llorar a un político al que se le juzga por sus obras y a un socialista a quien, además, se le juzga por su honradez, porque los dos manueles agavillaron en su mira, como socialistas, la mirada por su pueblo, cerrada para siempre tan cerca de ellos, tan lejos de sus afanes y de sus trasmundos caídos sobre el asfalto de la plaza y de la carretera tan cercana a sus destinos de su primer mundo…

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