domingo, 17 de octubre de 2010

LOS DOS CORAZONES DE RAQUEL

Raquel Bravo, hija del fallecido alcalde de Carbajo, charla con el alcalde electo y sus compañeros de grupo.
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En las estribaciones de la Sierra de San Pedro, en el pequeño pueblo de Carbajo, hace un día de primavera. Apenas se ven vecinos por las calles en un día que para nadie fuere festivo ni de gloria. Se trata tan solo de continuar el camino que abriere Manolo, de nombrar su sucesor conforme a ley. Ha pasado ya el luto impuesto por sentido. El ayuntamiento está en obras de remodelación. En un aula del grupo escolar se hallan provisionalmente sus instalaciones. El alcalde en funciones y el secretario, a la espera de la hora señalada.

Han llegado los hijos del anterior alcalde y han entregado a Quico y a Dionisio una agenda no personal de su padre para que ellos revisen los asuntos pendientes; le han devuelto algunas notas de carácter político-administrativo y el móvil municipal. Hasta en casa trabajaba Manolo por su pueblo.

La sombra de Manuel Bravo está presente aún como una losa que impone silencio. Apenas una veintena de personas sigue el pleno, entre ellos sus tres hijos.

A la hora señalada, están todos en sus puestos. Lee el secretario los motivos de la convocatoria extraordinaria y recuerda a los concejales las disposiciones legales. Toma posesión su sustituto como concejal. Comienza la elección de alcalde. Recuerda el secretario quiénes pueden presentarse al encabezar sus correspondientes listas. El portavoz popular, en una actitud que le honra, anuncia que, por respeto al alcalde fallecido, renuncia a ser candidato y se abstendrán en la votación, Solo queda Quico. Se produce la votación, sale elegido por mayoría, acepta el cargo, lo promete. Como al término del funeral, la emoción le puede. Casi llora. Recuerda a su anterior alcalde y su lucha y trabajos por su pueblo. En su memoria, anuncia que harán lo posible por continuar sus proyectos y ampliarlos. No puede más. Se levanta la sesión.

Principia, entonces, el otro pleno no previsto: las felicitaciones, los buenos deseos al alcalde electo, el recuerdo de Manolo. Se funden todos en un abrazo como si se conjuraren en su nombre y por su pueblo. Llega entonces Raquel Bravo, la hija mayor de Manolo. Abraza a Quico y le recuerda a su padre. Mirando a los ojos de todo el grupo de su progenitor, y de sus compañeros de los pueblos próximos, les recuerda que, a la vuelta al pueblo desde Valladolid, ya jubilado, le había dicho: “Ahora descansa, papá; disfruta de tu jubilación; ya has hecho bastante y te lo has ganado”. Y cómo su padre le contestó: “No puedo, hija: he de trabajar por mi pueblo.” Les pide que, por su memoria, sigan fieles al legado de su padre, que solo deseó el bien de su pueblo. Le promete el alcalde que así lo harán. Prosigue la oración fúnebre que hasta ahora no pronunciare. Más entera que nadie, la enfermera, que vio cómo sus padres se encaminaron hacia la muerte por el barranco, parece transmitir su fuerza a todos y logra un sí apenas audible, con la emoción que aflora en los ojos de todos.

Raquel Bravo ha heredado ahora otro corazón, a falta del de sus padres. Su pueblo, sus hermanos, los compañeros de su padre, son ahora su otro corazón, a los que ha de motivar como quisiere su padre. No le faltan fuerzas, a quien ahora ha de repartir la fuerza de sus dos corazones. En su abrazo, Inmaculada, la única compañera de su padre en el consistorio, desea transmitirle su gratitud, el sí que esperare a su petición: todo por su pueblo, por la memoria de su padre.

Cuando llegamos a un pueblo hoy vacío, un vecino nos señaló el grupo escolar y se lamentaba: “¡Qué pena de alcalde, con lo bueno que era, y ahora sus hijos solos…!” Nunca estarán solos con los dos corazones de Raquel, con los de sus compañeros, cuyo corazón también es suyo, ahora y siempre…


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