domingo, 22 de agosto de 2010

REENCUENTRO VIRTUAL CON UNA AMADA JUVENIL

Acababa de despertar del sueño y hubiere, instantes después, otros en el ordenador. Se restregó los ojos como si no diere fe de lo que viere. En un momento, su vida entera la vio como una película ya olvidada que pasara ante sus ojos y mente. Un solo nombre en una web le retrotraía a un pasado, para él imaginario, de fronteras infranqueables, prejuicios indirectos de una educación impuesta, separadora de niños y niñas, presidida por unos “valores” insuflados con la vara de olivo y cánticos posbélicos que les hicieren repetir una y mil veces.

Ver su nombre --¿o hubiere otro igual?-- y fue recordar el de aquella muchacha con la que hubiere relaciones en su juventud. No lograba acordarse ni cuándo ni cómo se hubieren despedido; pero sí la relación que tuvieren; las veces que preguntare por ella en su pueblo; y lo que pudo hacer y no quiso: verla, años después, en el lugar donde trabajare, si acaso para recordar el pasado… Los primeros besos a oscuras –“¿apagamos la luz?”--, las reticencias a ir más allá de la moral debida: “Entiende: yo sé que tú estás a años luz de la educación que a mí me dieron y me oprime. Tú trasciendes el mundo en el que vivimos con sólo leer los periódicos… y pasas de todo sin pasar de nada; pero compréndeme…: no es que no quiera; es que…” “Calla –le suplicaba-, y su besos apasionados hablaren por todo lo que no se dijeren.”

Descubrió en la web su lugar de trabajo y la ciudad en que lo desarrollare. Sería fácil comunicar con ella; pero se preguntaba si los años pasados no le habrían hecho cambiar aquella rancia mentalidad del antiguo régimen; si quizá, casada y con hijos, no querría saber nada de él. Al fin y al cabo, sus vidas no fueron paralelas, sino divergentes, intelectual y geográficamente.

Su recuerdo le traía el olor de su colonia, el color de su ropa, de sus cabellos; la ruptura con el pasado que significaron sus besos; la dulzura de su corazón, partido ahora en dos, pero sin importarle mucho los prejuicios de murallas a punto de derruirse.

Tampoco se preguntó por qué un día pidió el traslado; sí que le dijo dónde iba. Quizá quería romper con los dos (“pero, ¿puedo amar a dos hombres a la vez?”, le interrogaba), iniciar una nueva vida, abrirse camino por sí misma para reencontrarse con la libertad que le diere a elegir sin las ataduras del pasado.

Nunca fueron al cine para hacer manitas; si acaso, algún paseo hasta la Montaña en tarde de domingo. Le hizo hablar más de lo que quisiere y llegó a encontrarse a gusto. Sonreía sin parar mientras sus dedos jugaban a entrelazarse en la unidad soñada. Nunca más volvió a saber de ella. Ahora, al cabo de más de treinta años, descubrió su nombre y apellidos en una web; sabía por fin dónde estaba, incluso descubrió su e-mail y le envió un mensaje. Quizás, al final de las vacaciones, encontraría ella la misma sorpresa que él hallare por casualidad, y le respondería. El ordenador les había devuelto un reencuentro sin buscarlo ni desearlo. ¡Qué cerca, y durante tantos años tan lejos!, como si el tiempo se hubiere detenido para, por un momento, recordar su nombre y la belleza de su corazón, amor de unos meses en los que manifestarlo públicamente estaba prohibido. ¡Si fuere ella, si le respondiere!, quién podría prohibirles hablar de lo que entonces no se atrevía, decirle lo que no podía, amarse como desearen, corresponderle a la bondad de su corazón con la sensibilidad de su alma…, amada, recordada mujer aprisionada entre los barrotes de su educación de niña y adolescente…, tan lejana en el tiempo, tan cercana en la distancia que les separaba…, quizá para siempre, aunque su nombre figurare en Internet por los siglos de los siglos…

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