domingo, 28 de marzo de 2010

VÍCTIMAS Y VERDUGOS

Principia una semana en la que muchos parecieren ser verdugos de su Víctima y se convirtieren en víctimas plañideras en lugar de verdugos. Un misterio de fe como la vida misma, que entrelaza conmemoración y realidad. Memoria y fe penan el sacrificio que le infligimos a la Víctima; la realidad del presente no se atormenta por el azote de sus verdugos.

Hemos transmutado y confundido significante y significado de vocablos distintos: hoy, las víctimas parecieren los verdugos, y estos, las víctimas. Los azotes y tormentos, y aun la muerte, de víctimas inocentes se trocan en accidentes fortuitos de sus verdugos; quienes castigan con arreglo a la ley y sin piedad son víctimas de quienes antes fueren juzgadores, no vengadores. Los verdugos se convierten en víctimas; las víctimas, en verdugos.

Los destinados al sacrificio serán siempre las víctimas; los verdugos no hubieren piedad en sus azotes y tormentos. Frente a los verdugos, que ni perdonan ni justifican sus yerros, las víctimas otorgan el perdón que no se les otorgare a ellos, aunque no olviden.

La gracia del perdón reside en la justicia de los justos, no en la revancha de los perdedores. No hay verdugo sin víctima, ni justicia sin perdón; pero no pueden equipararse víctima y verdugo, porque los primeros perdieron su vida y no hubieren justicia de amparo, y los segundos, hasta se vengaren sin piedad de aquellos.

No basta lavarse las manos para ser verdugo por omisión, porque las víctimas del sacrificio lo fueren sin remisión, perdón ni justicia. Las víctimas mueren por causa ajena o accidente fortuito; los verdugos son los actores que robaren por la fuerza de las armas la vida ajena que no les perteneciere, y del sacrificio y del tormento que a otros afligiere.

El verdugo no asume la compasión de su víctima, porque en él no residen el perdón ni la justicia. El perdón de las víctimas las hace más grandes como seres humanos, y a los verdugos, más débiles; pero cuando la Justicia es débil, los verdugos se robustecen.

En la vida, como en el misterio de fe, hay personas, y aun animales, sacrificados o destinados al sacrificio; padecen daños por causa ajena o fortuita. Son víctimas inocentes de los verdugos que a sí mismos se calificaren como víctimas.

En un tribunal de Justicia, los pecadores se defienden como si fueren víctimas, cuando fueren torturadores; quienes lo fueren, condenan a sus víctimas al patíbulo de la cruz y, como aquellos hicieren, son objeto de mofa, burla, escarnio, tormento y azote.

Vemos en la política diaria cómo el bondadoso, que mira y se sacrifica por todos, es considerado verdugo de la sociedad, cuando ellos fueren los torturadores y saqueadores de aquella. Observamos cómo el político diplomático, que es indulgente, austero y comprensivo con todos, es tildado de intransigente.

Hombres y mujeres siguiere habiendo en este mundo que “ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”; que quisieren hacernos ver con su palabra que fueren víctimas en lugar de verdugos, cuando fueren lo contrario. Las víctimas inocentes tendrán un lugar en el Paraíso, como el buen ladrón; los torturadores serán al final lapidados y nadie les tendrá en su memoria, aunque la Justicia humana no hallare en la tierra el nivel de perdón que hubiere la divina.

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