miércoles, 29 de abril de 2009

JUVENTUD Y MADUREZ

Antes era la mano de obra, la fuerza ruda, sin pulimentar; hoy predomina la inteligencia. Braceros, campesinos, jornaleros, agricultores, ganaderos, aparceros…, su sabiduría oscilaba entre el cielo y la tierra, aprendida en la escuela de la vida. No hubieren títulos académicos que certificaren su saber; pero tener, tenían, porque “no aprovecha lo comido, sino lo digerido”.

Tras el catón, la enciclopedia, el pizarrín, apenas unas letras y cuentas aprendidas, y a trabajar: al campo, dónde, si no, porque “no hay más honra que años once, ni más lana que no saber que hay mañana”.

“La juventud del viejo está en el bolsillo”; pero lo que antes se apreciaba, hoy se deprecia; lo que era una escuela de valores se ha trocado en trastero indeseado. La madurez se desecha; lo viejo está caduco; y se aparca, si se puede, para que ellos solos sobrelleven su soledad y experiencia, sin compartirla con nadie, para nada.

No hay, ni puede haber, incompatibilidad alguna entre juventud y madurez. Nace la juventud de sus ascendientes, que vela por ellos, y le da su sabiduría, su amor, el saber que no hallaren en los libros, pero sí la experiencia que retuvieren, “la experiencia que no anda aprisa, ni tampoco se improvisa”.

La juventud la da la edad y, por ello, pasa deprisa. La madurez es el poso de la juventud. Decía Víctor Hugo: “Los 40 son la edad madura de la juventud; y los 50, la juventud de la edad madura.”

Las edades del hombre subsumen la combinación de ambas: la edad madura de la juventud, la juventud de la edad madura. A qué hablar de la Tercera Edad como si de un periodo histórico se tratare en las edades del hombre, si el tiempo no admite más que una: la del fallecimiento, estación término de todas las edades. ¿O hubiéremos de decir que la primera edad murió a los 30; la segunda, a los 40; y la tercera, a los 80?

Recordaba Brynson que “el error de la juventud consiste en creer que la inteligencia compensa la falta de experiencia, en tanto que el error de la edad madura es creer que la experiencia sustituye a la inteligencia.” Ni lo uno ni lo otro. Ya se ve en nuestros días: quienes abandonan la casa del padre, tornan a ella en busca del pan que no hubieren para vivir. Otrosí: quienes consideran viejos a los de 50, despiden a los de 40; pero ellos siguen, aun sin juventud madura y sin experiencia acreditada, pero con los haberes que a otros robaren solo por su edad, cuando quienes así ejercen, cercanos los 60, piden a los más que hay que trabajar hasta los 70. Más aún: los poderosos tienden a apretar el cinturón a quienes menos cintura hubieren, menos a sí mismos, para no perder sus pantalones y dejar entrever las vergüenzas que nunca hubieren.

Recuerdo al Presidente Vara y sus palabras antes de serlo: “La huelga que más temo es la de los abuelos.” Evoco a Ibarra: “Soy el futuro, aunque algunos se empeñen en situarme en el pasado”; pero también a la más joven y dinámica portavoz de la nueva juventud parlamentaria extremeña, María Isabel Gil Rosiña, decirle a Guillermo en el congreso de su elección como secretario general de los socialistas extremeños, ya Presidente: “Me gustó mucho escucharte que en tu ejecutiva habrá mayores, porque haces justicia con la militancia mayor, y porque ‘lo joven, solo por ser joven, no es valor añadido de nada’.” Como tú, Rosiña, que por fin hubiste voto que darle, sin que tu juventud fuera valor añadido de nada.

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