viernes, 19 de diciembre de 2008

JUAN CARLOS Y ALFONSO, VIDAS PARALELAS

La rebeldía juvenil, la entrada en política; el saber entrar, estar y la retirada a tiempo, sin que quien pudiere, les cesare ni se lo pidieren; la lealtad y la ética como principios; la honradez por norma; el servicio como estilo; la foto de España, la foto de Extremadura; el mismo escenario, la historia reencontrada, sin la memoria perdida; el amor a España, el dolor de España, en la Extremadura que les unió, en la España por la que “rompieron cristales”.

Juan Carlos Rodríguez Ibarra y Alfonso Guerra son dos vidas paralelas, como las de Plutarco: en la política y en la amistad; en la lealtad y en el respeto a las ideas ajenas; en el combate diario y en la dialéctica que rompe y rasga; en los empieces y en los finales.

Un sábado de febrero del 91, Guerra se despedía como vicepresidente del Gobierno ante los socialistas extremeños en el mismo escenario que les acogió el lunes. Diecisiete años después, no pensaron nunca, presentador ni autor, que su trayectoria política iba a ser tan larga, ni tan cercana y paralela: pudieron seguir, pero se retiraron de la primera línea. Nadie silenció, ni pudo, cercenarles la libertad de su palabra. Sus palabras dieron mil titulares para romper otros dos mil que atentaren contra los principios fundamentales por los que lucharen en los albores de la democracia, y antes soñaren.

Vidas paralelas hasta en la dialéctica: el discurso del mitin y el discurso de la palabra. Nexo común de comunicación, hasta en el modo, el estilo y la forma les ha unido en el arte de la oratoria, según qué acto, auditorio y formato.

Juan Carlos y Alfonso, profesores en su cátedra: la política traducida a las ideas en la conferencia política; la palabra abrasadora en el mitin; la reflexión del libro y las ideas del libro de la experiencia; el ardor de España, la reflexión sobre España. Poner a Extremadura en el mapa de España, la obsesión de Ibarra; a España “no la conocerá ni la madre que la parió”, la del gobernante de España; sin el silencio cómplice de la marginación, echándose al hombro su responsabilidad en la larga travesía del desierto de España, a pesar de la maldad y el rencor de otros. Sin irse nunca de Extremadura ni de España. “No nos digáis adiós porque siempre estamos volviendo”, como aquel niño de barrio, de perdedores, rompiendo cristales y los que fuere menester por Extremadura y por España. Quien nunca se fue, porque jamás dirá adiós, como el diputado más veterano de España; como su compañero Ibarra, el más veterano barón extremeño en España, luchador contra la deslealtad evidente de quienes solo ven privilegios y hechos diferenciales, nunca dispuestos a ponerlos en papel, como ellos, porque se caerían al abismo si no rompen cristales, para ver mejor a Extremadura y a España.

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